jueves, 16 de abril de 2015

Episodio 3: Las instalaciones del Edificio Jane

Desde el otro lado de un sólido mostrador de piedra me sonríe amablemente un maricón que se ve que trabaja ahí. El típico empleado amanerado que aparenta ganar más de lo que gana. Llevaba una camisa gris oscura y unos pantalones pegados, blancos, sin correa, que terminaban en unos ruedos tubito y unos zapatos puntiagudos. Podría jurar que ese pargo tenía los labios ligeramente pintados.
-Vengo a ver a la Srta. Jane. Antonio Steele, de parte de Karlos Kavanagh.
-Disculpe un momento Sr. Steele- me dice, alzando las cejas y con una voz casi tan afeminada como sus zapatos.
Espero frente al pedazo-de-marico-ese, pensando en mi corbata, que en vez de estar amarrada a mi cuello, yace colgada sobre la mesa del comedor en mi casa. Siempre salgo mamarracho a la calle. En realidad no le paro mucha bola a eso de andar bien vestido todo el tiempo. Qué decir de los maricones que se la pasan combinándose el color de los zapatos con la correa o la camisa. O los wannabes que se visten de chemise por dentro de la bermuda, correa marrón y mocasines sin media. Suerte… Limpio ligeramente las solapas de mi económico saco marrón y me digo a mí mismo <pa´mis bolas chico>.
El maricón, luego de revisar su iPad, me dirige de nuevo la mirada.

–Sí, tiene cita con el Sr. Kavanagh. El último ascensor de la derecha. Piso 20.

La pronunciación de sus “s” parecían precedidas por una ligera “t” y una casi desapercibida “z”. El muy pato sigue sonriéndome mientras actualiza su control de ingreso, manipulando el iPad como si estuviese escribiendo su nombre en la arena. Parece que se divierte. A los maricos les encanta poner una cara que juega con la picardía y el misterio. Que mariquera.
El ascensor me traslada al piso 20 a una velocidad que me recordó la peristalsis en mi organismo. Las puertas se abren y salgo a otro gran vestíbulo, también de vidrio, acero y mármol. Me acerco a otro mostrador de piedra y me saluda otro marico vestido impecable de blanco y negro.
-Sr. Steel, ¿puede esperar aquí por favor?- me pregunta señalándome con un bolígrafo cromado una zona de asientos de cuero blanco.

Detrás de los asientos de piel hay una gran sala de reuniones con las paredes de vidrio, una mesa de madera oscura, también grande, y al menos veinte sillas que combinan con la puta mesa. Más allá, un ventanal desde el suelo hasta el techo, que ofrece una vista de Caracas tan impactante que no esboza el caos que encierra, sino más bien que se tiende bajo un Ávila imponente y protector.
Me siento, saco las preguntas que tenía guardadas en el maletinsucho. Me doy cuanta de que es imposible de que el maletincito esté más descoñetado. Podría ganar un concurso de maletines en peor estado. Leo en mi mente las preguntas mientras pienso en el mal parido de Karlos y lo imagino durmiendo mientras yo estoy aquí pasando roncha. El muy hijo de puta no me dio ni siquiera una pequeña biografía de la caraja a quien iba a entrevistar. Podría tener tanto noventa como cincuenta años. Coño de la madre, ¿qué me pasa? Ahora me dieron ganas de cagar. Lo que me faltaba. No recuerdo haber cagado antes de salir de casa. Coño de su madre Karlos. Nunca me he sentido cómodo en las entrevistas cara a cara. Me arreglo la camisa. Una camisa que se burla de mí al tratar de salirse. Me exijo a mí mismo cagar más tarde. Menos mal que aquí hay aire acondicionado por todos lados porque si no… ¡Dios mío! Me doy cuenta de a pesar de que el ambiente esta fresco, el sudor de mis axilas se ha filtrado hasta el paltó, dejando la marca de dos sendas arepas que contrastan con el gris del edificio. Por suerte hay un pañuelo dentro del maletín. ¿A Karlos no le importa usar un maletín en tan mal estado? Intento limpiar las huellas de mi nerviosismo en un afán neurótico y casi desesperado, tratando de no ser descubierto en mi aparatosa labor. Ya va. ¿Qué es ese olor? ¡Verga! el pañuelo huele a sándwich guardado ¡que asco! Cuando regrese a casa le voy a caer a coñazos a Karlos. Me limpio las manos en el anverso de mis rodillas y trato de calmarme por unos segundos. ¿Por qué estoy tan nervioso? Seguro es una vieja con plata, es todo. Una vieja más, con plata, aburrida, arrugada. A juzgar por su edificio debe ser una vieja toda estrambótica y estirada. Pero, de ser así ¿por qué se hace llamar señorita? ¿Será viuda? ¿Será que nunca se casó?.
De una gran puerta a la derecha sale otro maricón más, interrumpiendo el curso de mis mudas interrogantes. <¿Qué acaso aquí es requisito ser de la comunidad LGBT?> Pensé. <¿De dónde sale tanto marico? ¿Será que el negocio de la Srta. Jane es vender maricones al mercado laboral?> Respiro hondo y me levanto.
-¿Sr. Steele?- me pregunta este último también afeminado.
-Sí, le contesto con voz ronca y carraspeo.- Sí – repito, esta vez con un tono algo más seguro.
-La Srta. Jane le recibirá en seguida. ¿Quiere dejarme la chaqueta?
Inconscientemente arqueé mis cejas empequeñeciendo mi frente, mientras un súbito escalofrío recorrió mi espina dorsal al pensar, siquiera, en extender mi brazo para quitarme el saco que aun seguía ligeramente sudado.

–No gracias- le dije –muy amable, pero no gracias-

-¿Le han ofrecido algo de beber?
-En realidad no…
Vaya, ¿estaré metiendo en problemas al marico número uno?
El marico número dos frunce el ceño y lanza una mirada desafiante al marico del mostrador.
-¿Quiere un té, café o agua?- me pregunta volviéndose hacia mi, haciendo sonar el tacón de sus zapatos.
-Un vaso de agua, gracias- le contesto en un murmullo.
-Federico, tráele al Sr. Steele un vaso de agua, por favor- dice en tono serio.
Federico sale corriendo de inmediato y desaparece detrás de una puerta al otro lado del vestíbulo.
-Le ruego me disculpe Sr. Steele. Federico es nuestro nuevo empleado en prácticas. Por favor, siéntese. La Srta. Jane le atenderá en cinco minutos.
Federico vuelve con un vaso de agua muy fría.
-Aquí tiene Sr. Steele.
-Gracias.
El marico número dos se dirige al mostrador. Sus tacones resuenan en el suelo de piedra. Se sienta y ambos siguen trabajando.
Quizás la Srta. jane insista en que todos sus empleados sean maricos. Estoy distraído, preguntándome si eso es legal, cuando la puerta del despacho se abre y sale una morena recontra buenísima, alta, bella, con el cabello rizado y vestida con elegancia. Está claro que no podría haber elegido peor mi ropa.
Se vuelve hacia la puerta.
-Jane, jugamos tenis esta semana.
No oigo la respuesta. La morena me ve y sonríe. Puedo ver sus pezones endurecidos a través de la blusa de seda que lleva puesta. Tal vez sea por causa del aire acondicionado. Ella se da cuenta. Yo me doy cuenta de que ella se da cuenta. Ella me vuelve a sonreír y se aleja en dirección al ascensor.
Me levanto tambaleándome un poco e intentado contener el inicio de lo que puede llegar a ser una erección. Cojo el maletinsucho, dejo el vaso de agua y me dirijo a la puerta acomodándome el paquete discretamente.
-No es necesario que llame. Entre directamente- me dice sonriéndome.

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