jueves, 16 de abril de 2015

Episodio 2: Rumbo a la Entrevista

Salgo a la calle y veo aquel coge culo. Maldigo a Karlos. Carros por aquí, autobuses por allá; buhoneros, ruido, todo es un caos. Para variar, el tráfico ya se ha gestado y no me queda otra que agarrar un moto taxi, sacando la mitad del dinero que tenía en mi cartera, para pagarlo y no llegar tarde. <¡Que bolas!> pensé <La plata no vale un coño>.
Así me enrumbé hacia mi impredecible destino. Entre bruscos movimientos que hacía el motorizado para esquivar a los peatones, y la inercia de mi cuerpo, que no conseguía sincronizarse con el de un carajo a quien, literalmente, le estaba recostando mi paquete, en una carrera contra el tiempo y la suerte. Anduvimos entre corneteos, y humo de escapes. Entre improperios y ademanes por embestidas de dos ruedas contra cuatro. Entre semáforos en rojo que no representaban impedimento para mi inexperto chófer, quien no reparaba en zigzaguear entre los carros, mientras yo rezaba silente, aferrando, con los ojos entrecerrados por el viento que a veces golpeaba mi cara, una de mis manos al meletincito de cuero desmejorado donde guardaba las preguntas y la grabadora, y otra, a un casco imposible de abrochar. Mi cabeza podía sentir el anime comprimido de su composición, disimulado por el fieltro negro que caracteriza el interior de estos supuestos accesorios para la seguridad.
El moto taxista me dejó justo en la entrada del edificio y se despidió de mí con un –chamo tu si eres mal parrillero…- Luego de recibir de vuelta su casco. Mi instinto de conservación me alertó por un segundo, pero mi autoestima fantaseó con las ganas de revirarle y mandarlo a lavarse ese culo. Aquel motorizado se alejó de mí con el sonido que emiten las motos en una arrancada un tanto forzada. La imagen de un torso a cuarenta y cinco grados y unos brazos a noventa se esfumó entre el tráfico de pequeñas luces rojas.
Me acomodo el saco. Sacudo mi cabello en una corta pero posible guerra contra millones de ácaros. Me doy cuenta de que he debido ponerme corbata. Ni modo. Volteo a ver el enorme edificio. ¡Una fantasía arquitectónica! Todo en vidrio y acero, y con las palabras JANE HOUSE en un discreto tono metálico en las puertas de vidrio de la entrada. Veo mi reloj. Son un cuarto para las dos. Entro en el inmenso e intimidante vestíbulo de vidrio, acero y mármol, aliviado por no haber llegado tarde.

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