jueves, 16 de abril de 2015

Episodio 4: La Entrevista

Empujo la puerta, tropiezo con mi propio pie y caigo de bruces en el despacho, exclamando un espontáneo e incompleto –Coño de su maa…-
Mierda, mierda. Que cagada… Estoy de rodillas y con las manos apoyadas en el suelo, en la entrada del despacho de la Srta. Jane, y unas manos amables me rodean para ayudarme a levantarme. Estoy muerto de vergüenza ¡que bolas! Tengo que armarme de valor para alzar la vista. Madre mía, que joven es…
-Sr. Kavanagh- tendiéndome una mano casi perfecta. –Soy Christina Jane. ¿Está bien? ¿Quiere sentarse?
Muy joven. Y está demasiado buena. Podrida de buena. Alta, con un elegantísimo traje gris, camisa blanca, su cabello casi rebelde de color cobrizo y unos espectaculares ojos grises que me observan atentamente. Necesito un momento para articular palabra. Nunca había estado frente a una caraja tan divina.
-Bueno, la verdad…
Me callo. Si esta tipa tiene más de treinta años yo soy astronauta. Le doy la mano, aturdido, y nos saludamos. Cuando nuestros dedos se tocan, siento un extraño y excitante escalofrío por todo mi cuerpo. El escalofrío encuentra un lugar en donde alojarse. Se me está parando el machete otra vez. Retiro la mano a toda prisa e, incómodo, tapo mi erección con el maletinsucho. Debe ser electricidad estática. Parpadeo rápidamente, al ritmo de los latido de mi corazón. Mi pene también palpita.
-El Sr. Kavanagh está indispuesto, así que me ha mandado a mí. Espero que no le importe Srta. Jane.
-¿Y usted es…?
Su voz es cálida y parece divertida., pero su expresión impasible no me permite asegurarlo. Parece ligeramente interesada, pero sobre todo muy educada.
-Antonio Steele. Estudio mecánica automotriz y soy amigo de Karlucho… digo… Karlos… bueno… el Sr. Kavanagh.
-Ya veo- se limita a responderme.
Creo que sus tetas son operadas, pero no estoy seguro.

-¿Quiere sentarse?- me pregunta señalándome un sofá de piel blanca en forma de L.
Su despacho es exageradamente grande para una sola persona. Delante de los ventanales panorámicos hay una mesa de madera oscura en la que podrían jugar ping pong cómodamente dos asiáticos. Combina con la mesita junto al sofá. Todo lo demás es blanco —el techo, el suelo y las paredes—, excepto la pared de la puerta, en la que un pocotón de cuadros pequeños forman una especie de mosaico cuadrado. A decir verdad, esta oficina tiene más güevonadas que Beco. Me quedé viendo los cuadritos no sé por qué coño.
-Un artista de EEUU, Trouton- me dice la Srta. Jane, cuando se da cuenta de lo que estoy observando.
-Están bien ricas… digo… muy bonitas las pinturas. Elevan lo cotidiano a la categoría de extraordinario-corrijo hábilmente en un tono casi inseguro. Distraído, tanto por ella, como por las pinturas.
Ladea la cabeza y me mira con mucha atención.
-No podría estar más de acuerdo Sr. Steel- me contesta en voz baja.
Y por alguna inexplicable razón se me volvió a parar…
Lo disimulo. Aparte de los cuadros, el resto del despacho es frío, limpio y aséptico. Me pregunto si refleja la personalidad de la Diva que está sentada con elegancia frente a mí, en una silla de piel blanca. Bajo la cabeza, alterado por la dirección que están tomando mis pensamientos, y saco del maletincito las preguntas de Karlos. Al manipularlo puedo percibir de nuevo el olor a sándwich viejo. Para remate, al preparar la grabadora, se me resvala esa mierda y se me cae dos veces en la mesita. La Srta. Jane no abre la boca. Aguarda pacientemente –eso espero- , y yo me siento cada vez más avergonzado y
sudoroso. Tengo el rostro como tapa de olla. Vuelvo a tomar el hediondo pañuelo y seco mi cara tratando de no respirar. Cuando reúno el valor para mirarla, está observándome, con una mano encima de la pierna y la otra alrededor de la barbilla. Su dedo índice cruzándole los labios. Creo que intenta ahogar una sonrisa.
-Di… Disculpe- balbuceo- no suelo usar estos aparatos. La tecnología me intimida.
-Tómese el tiempo que necesite Sr. Steel- me contesta.
-¿Le importa que grave sus respuestas?
-¿Me lo pregunta ahora, después de lo que le ha costado preparar la grabadora?
Que bolas. Parezco el propio güevón. ¿Está bromeando? Eso espero. Parpadeo, no sé qué decir, y creo que se apiada de mí, porque acepta.
-No, no me importa.
-¿Le explicó Karlos… digo… el Sr. Kavanagh para dónde era la entrevista?
-Sí. Para el último número de este curso de la revista de la facultad, porque yo entregaré los títulos en la ceremonia de graduación de este año.
Verga. Me entero. Me preocupa que un culo como éste, que no debe llevarme sino seis o siete años, sea quien me entregue mi título. Frunzo el ceño e intento concentrarme en no verle el camel toe para poner atención a lo que he venido a hacer.
-Bien- digo tragando saliva-. Tengo algunas preguntas Srta. Jane.
Me vuelvo a secar el sudor de la frente, esta vez con la palma de la mano.
-Sí, creo que debería preguntarme algo- me contesta inexpresiva.
Me está viendo la cara de pendejo. Al darme cuenta de ello me da como una ligera arrechera, pasajera. Me incorporo y estiro la espalda para parecer más alto e intimidante. Pulso el botón de la grabadora e intento parecer profesional.
-Es usted muy joven para haber amasado este imperio. ¿A qué se debe su éxito?
La miro y ella esboza una sonrisa burlona, pero parece ligeramente decepcionada.
-Los negocios tienen que ver con las personas, Sr. Steele, y yo soy muy buena analizándolas. Sé cómo funcionan, lo que les hace ser mejores, lo que no, lo que las inspira y cómo incentivarlas. Cuento con un equipo excepcional, y les pago bien- Se calla un instante y me clava su mirada gris-. Creo que para tener éxito en cualquier ámbito hay que dominarlo, conocerlo por dentro y por fuera, conocer cada uno de sus detalles. Me esfuerzo mucho para conseguirlo. Tomo decisiones basándome en la lógica y en los hechos.
Tengo un instinto innato para reconocer y desarrollar una buena idea, y seleccionar a las personas adecuadas. La base es siempre contar con las personas adecuadas.
-Quizá solo ha tenido suerte.
Este comentario no está en la lista de Karlos, pero la veo tan mojoneada que me da arrechera y le lanzo la punta. Por un momento me puso como cara de culo.
-No creo en la suerte ni en la casualidad, Sr. Steele. Realmente se trata de tener en tu equipo a las personas adecuadas y saber explotarlas. Creo que fue Charly Sheen quien dijo "La gente dice que es muy solitario estar en la cima, pero a mí me gusta la vista".
-Parece usted una maniática del control.
Las palabras han salido de mi boca antes de que pudiera detenerlas.
-Bueno, lo controlo todo Sr. Steel. Soy tan eficiente que controlo hasta mi propia regla. Decido cuándo menstruar y cuándo no- me contesta sin menor rastro de sentido del humor en su sonrisa.
La miro y me sostiene la mirada, impasible. Se me está parando de nuevo y me pongo más nervioso.
¿Por qué me tiene tan quesudo? Esta jeva me da un queso terrible. ¿Quizá porque está tan explotada de buena? ¿Por como me mira fijamente? ¿Por cómo se pasa el dedo índice por el labio inferior? Ojalá dejara de hacerlo. Y ese camel toe. Su pantalón parece de sordo mudo (se le pueden leer los labios).
-Además, decirte a ti misma que has nacido para partirle el culo a los demás, te concede un inmenso poder- sigue diciéndome en voz baja.
-¿Le parece a usted que su poder es inmenso?
¿Qué le pasa a güevona esta? Añado para mis adentros. Esta jeva tiene un mojón mental demasiado arrecho. Es medio pajúa.
—Tengo demasiados amigos chavistas, Sr. Steele. Eso me otorga cierto sentido de la responsabilidad... poder, si lo prefiere. Si decidiera que ya no me interesa el negocio de la venta de alimentos al mayor y lo vendiera todo, un sin número de personas pasarían apuros haciendo colas tan solo para bachaquear.
Me quedo boquiabierto. Su falta de humildad me deja estupefacto. Y el no pararle bolas a que la gente sepa que es una enchufada de mierda me desconcierta, me desarma.
-Los precios de sus productos son un tanto elevados Srta. Jane ¿No tiene que responder ante el Sundde? ¿Cómo está con el Seniat? —le pregunto asqueado.
-Soy la dueña de mi empresa y de muchas más. Facturo lo que me da la gana y lo que no también. Pongo los precios considero con la ganancia que más me beneficie. No tengo problemas con "etiquetas de precio justo".
Me mira alzando una ceja y me medio cago, me intimida. El mamagüevo de Karlos no me dijo que la caraja era una enchufada de las duras. Pero, maldita sea, qué arrogante... Cambio de táctica.
-¿Y cuáles son sus intereses, aparte del trabajo?
-Me interesan cosas muy diversas, Sr. Steele. —Esboza una sonrisa casi imperceptible—. Muy diversas.
Por alguna razón, su mirada firme me confunde y me pone quesudo, quesudísimo. En sus ojos se distingue un brillo perverso. Es una loba. 
-Pero si trabaja tan duro, ¿qué hace para relajarse?
-¿Relajarme?
Sonríe levantando sus hermosas tetas, perfectas. Contengo la respiración. Está demasiado rica. Debería estar prohibido estar tan rica.
-Bueno, para relajarme, como dice usted, limpio mi casa, me encanta limpiar y sobretodo fregar, cocino, y me permito diversas actividades físicas cotidianas y también extremas. —Cambia de posición en su silla-. Tengo mucho dinero Sr. Steele, así que mis aficiones son parte de mi menú diario. No me hacen falta los miserables cupos para pasarla bien.
Echo un rápido vistazo a las preguntas de Karlos con la intención de no seguir con ese tema.
-Invierte en la industria alimentaria. ¿Por qué en alimentos? —le pregunto.

¿Por qué hace que me sienta tan incómodo?
-Me gusta trabajar con las necesidades de la gente. Me gusta saber qué producir aquí, pero mucho más, qué importar de afuera. La gente se ve afectada por las marcas, las añora. Los anaqueles están evidentemente vacíos... Sepa usted que no me gustan las lanchas, me gustan los buques. Los buques que traen mercancía a la que le puedo ganar lo que me venga en gana. ¿Qué puedo decirle?
-Parece que la que habla es su ambición, no la lógica y los hechos. Frunce los labios y me observa de arriba abajo.
-Es posible. Aunque algunos dirían que no tengo corazón.
-¿Por qué dirían algo así?
-Porque me conocen bien. -Me contesta con una sonrisa irónica.
-¿Dirían sus amigas que es fácil conocerla?
Y nada más preguntárselo lamento haberlo hecho. No está en la lista de Karlos.
-Soy una persona muy reservada Sr. Steele. Hago todo lo posible por proteger mi vida privada. No suelo ofrecer entrevistas.
-¿Por qué aceptó esta?
-Porque soy mecenas de la universidad, y porque, por más que lo intentara, no podía sacarme de encima al Sr. Kavanagh. No dejaba de investigar a mis relaciones públicas. Admiro esa tenacidad. La perseverancia es un arte. Hay que saber canalizarla, y ha decir verdad su amigo le vende una escalera a spiderman. Supo convencerme.
Sé lo tenaz que puede llegar a ser Karlos. Por eso estoy sentado aquí, incómodo, sudado y muerto de vergüenza ante la mirada penetrante de esta mujer, cuando debería estar estudiando para mis exámenes.
-También invierte en telecomunicaciones. ¿Por qué le interesa este ámbito?
-Movilnet, Sr. Steele, hay demasiada gente que necesita comunicarse.
-Suena muy filantrópico. ¿Le apasiona la idea de ayudar a la gente a comunicarse?
Se encoge de hombros, como dándome largas. -Es un buen negocio -murmura.
Pero creo que no está siendo sincera. No tiene sentido tanto boleteo, tanto descaro. ¿Ayudar a la gente? No veo por ningún lado qué beneficios económicos puede proporcionar a los demás. Lo único que veo es plata por coñazo, pero para ella sola, porque ni socio tiene. Echo un vistazo a la siguiente pregunta, confundido por su actitud.
-¿Tiene una filosofía? Y si la tiene, ¿en qué consiste?
-No tengo una filosofía per se. Quizá un principio que me guía... «El escándalo es lo que perjudica...». Soy muy cuidadosa, muy tenaz. Me gusta el control... de mí misma y de los que me rodean.
-Entonces quiere poseer cosas...
-Es usted obsesiva con el control.
-Quiero merecer poseerlas, pero sí, en el fondo es eso. Soy obsesiva.

Episodio 3: Las instalaciones del Edificio Jane

Desde el otro lado de un sólido mostrador de piedra me sonríe amablemente un maricón que se ve que trabaja ahí. El típico empleado amanerado que aparenta ganar más de lo que gana. Llevaba una camisa gris oscura y unos pantalones pegados, blancos, sin correa, que terminaban en unos ruedos tubito y unos zapatos puntiagudos. Podría jurar que ese pargo tenía los labios ligeramente pintados.
-Vengo a ver a la Srta. Jane. Antonio Steele, de parte de Karlos Kavanagh.
-Disculpe un momento Sr. Steele- me dice, alzando las cejas y con una voz casi tan afeminada como sus zapatos.
Espero frente al pedazo-de-marico-ese, pensando en mi corbata, que en vez de estar amarrada a mi cuello, yace colgada sobre la mesa del comedor en mi casa. Siempre salgo mamarracho a la calle. En realidad no le paro mucha bola a eso de andar bien vestido todo el tiempo. Qué decir de los maricones que se la pasan combinándose el color de los zapatos con la correa o la camisa. O los wannabes que se visten de chemise por dentro de la bermuda, correa marrón y mocasines sin media. Suerte… Limpio ligeramente las solapas de mi económico saco marrón y me digo a mí mismo <pa´mis bolas chico>.
El maricón, luego de revisar su iPad, me dirige de nuevo la mirada.

–Sí, tiene cita con el Sr. Kavanagh. El último ascensor de la derecha. Piso 20.

La pronunciación de sus “s” parecían precedidas por una ligera “t” y una casi desapercibida “z”. El muy pato sigue sonriéndome mientras actualiza su control de ingreso, manipulando el iPad como si estuviese escribiendo su nombre en la arena. Parece que se divierte. A los maricos les encanta poner una cara que juega con la picardía y el misterio. Que mariquera.
El ascensor me traslada al piso 20 a una velocidad que me recordó la peristalsis en mi organismo. Las puertas se abren y salgo a otro gran vestíbulo, también de vidrio, acero y mármol. Me acerco a otro mostrador de piedra y me saluda otro marico vestido impecable de blanco y negro.
-Sr. Steel, ¿puede esperar aquí por favor?- me pregunta señalándome con un bolígrafo cromado una zona de asientos de cuero blanco.

Detrás de los asientos de piel hay una gran sala de reuniones con las paredes de vidrio, una mesa de madera oscura, también grande, y al menos veinte sillas que combinan con la puta mesa. Más allá, un ventanal desde el suelo hasta el techo, que ofrece una vista de Caracas tan impactante que no esboza el caos que encierra, sino más bien que se tiende bajo un Ávila imponente y protector.
Me siento, saco las preguntas que tenía guardadas en el maletinsucho. Me doy cuanta de que es imposible de que el maletincito esté más descoñetado. Podría ganar un concurso de maletines en peor estado. Leo en mi mente las preguntas mientras pienso en el mal parido de Karlos y lo imagino durmiendo mientras yo estoy aquí pasando roncha. El muy hijo de puta no me dio ni siquiera una pequeña biografía de la caraja a quien iba a entrevistar. Podría tener tanto noventa como cincuenta años. Coño de la madre, ¿qué me pasa? Ahora me dieron ganas de cagar. Lo que me faltaba. No recuerdo haber cagado antes de salir de casa. Coño de su madre Karlos. Nunca me he sentido cómodo en las entrevistas cara a cara. Me arreglo la camisa. Una camisa que se burla de mí al tratar de salirse. Me exijo a mí mismo cagar más tarde. Menos mal que aquí hay aire acondicionado por todos lados porque si no… ¡Dios mío! Me doy cuenta de a pesar de que el ambiente esta fresco, el sudor de mis axilas se ha filtrado hasta el paltó, dejando la marca de dos sendas arepas que contrastan con el gris del edificio. Por suerte hay un pañuelo dentro del maletín. ¿A Karlos no le importa usar un maletín en tan mal estado? Intento limpiar las huellas de mi nerviosismo en un afán neurótico y casi desesperado, tratando de no ser descubierto en mi aparatosa labor. Ya va. ¿Qué es ese olor? ¡Verga! el pañuelo huele a sándwich guardado ¡que asco! Cuando regrese a casa le voy a caer a coñazos a Karlos. Me limpio las manos en el anverso de mis rodillas y trato de calmarme por unos segundos. ¿Por qué estoy tan nervioso? Seguro es una vieja con plata, es todo. Una vieja más, con plata, aburrida, arrugada. A juzgar por su edificio debe ser una vieja toda estrambótica y estirada. Pero, de ser así ¿por qué se hace llamar señorita? ¿Será viuda? ¿Será que nunca se casó?.
De una gran puerta a la derecha sale otro maricón más, interrumpiendo el curso de mis mudas interrogantes. <¿Qué acaso aquí es requisito ser de la comunidad LGBT?> Pensé. <¿De dónde sale tanto marico? ¿Será que el negocio de la Srta. Jane es vender maricones al mercado laboral?> Respiro hondo y me levanto.
-¿Sr. Steele?- me pregunta este último también afeminado.
-Sí, le contesto con voz ronca y carraspeo.- Sí – repito, esta vez con un tono algo más seguro.
-La Srta. Jane le recibirá en seguida. ¿Quiere dejarme la chaqueta?
Inconscientemente arqueé mis cejas empequeñeciendo mi frente, mientras un súbito escalofrío recorrió mi espina dorsal al pensar, siquiera, en extender mi brazo para quitarme el saco que aun seguía ligeramente sudado.

–No gracias- le dije –muy amable, pero no gracias-

-¿Le han ofrecido algo de beber?
-En realidad no…
Vaya, ¿estaré metiendo en problemas al marico número uno?
El marico número dos frunce el ceño y lanza una mirada desafiante al marico del mostrador.
-¿Quiere un té, café o agua?- me pregunta volviéndose hacia mi, haciendo sonar el tacón de sus zapatos.
-Un vaso de agua, gracias- le contesto en un murmullo.
-Federico, tráele al Sr. Steele un vaso de agua, por favor- dice en tono serio.
Federico sale corriendo de inmediato y desaparece detrás de una puerta al otro lado del vestíbulo.
-Le ruego me disculpe Sr. Steele. Federico es nuestro nuevo empleado en prácticas. Por favor, siéntese. La Srta. Jane le atenderá en cinco minutos.
Federico vuelve con un vaso de agua muy fría.
-Aquí tiene Sr. Steele.
-Gracias.
El marico número dos se dirige al mostrador. Sus tacones resuenan en el suelo de piedra. Se sienta y ambos siguen trabajando.
Quizás la Srta. jane insista en que todos sus empleados sean maricos. Estoy distraído, preguntándome si eso es legal, cuando la puerta del despacho se abre y sale una morena recontra buenísima, alta, bella, con el cabello rizado y vestida con elegancia. Está claro que no podría haber elegido peor mi ropa.
Se vuelve hacia la puerta.
-Jane, jugamos tenis esta semana.
No oigo la respuesta. La morena me ve y sonríe. Puedo ver sus pezones endurecidos a través de la blusa de seda que lleva puesta. Tal vez sea por causa del aire acondicionado. Ella se da cuenta. Yo me doy cuenta de que ella se da cuenta. Ella me vuelve a sonreír y se aleja en dirección al ascensor.
Me levanto tambaleándome un poco e intentado contener el inicio de lo que puede llegar a ser una erección. Cojo el maletinsucho, dejo el vaso de agua y me dirijo a la puerta acomodándome el paquete discretamente.
-No es necesario que llame. Entre directamente- me dice sonriéndome.

Episodio 2: Rumbo a la Entrevista

Salgo a la calle y veo aquel coge culo. Maldigo a Karlos. Carros por aquí, autobuses por allá; buhoneros, ruido, todo es un caos. Para variar, el tráfico ya se ha gestado y no me queda otra que agarrar un moto taxi, sacando la mitad del dinero que tenía en mi cartera, para pagarlo y no llegar tarde. <¡Que bolas!> pensé <La plata no vale un coño>.
Así me enrumbé hacia mi impredecible destino. Entre bruscos movimientos que hacía el motorizado para esquivar a los peatones, y la inercia de mi cuerpo, que no conseguía sincronizarse con el de un carajo a quien, literalmente, le estaba recostando mi paquete, en una carrera contra el tiempo y la suerte. Anduvimos entre corneteos, y humo de escapes. Entre improperios y ademanes por embestidas de dos ruedas contra cuatro. Entre semáforos en rojo que no representaban impedimento para mi inexperto chófer, quien no reparaba en zigzaguear entre los carros, mientras yo rezaba silente, aferrando, con los ojos entrecerrados por el viento que a veces golpeaba mi cara, una de mis manos al meletincito de cuero desmejorado donde guardaba las preguntas y la grabadora, y otra, a un casco imposible de abrochar. Mi cabeza podía sentir el anime comprimido de su composición, disimulado por el fieltro negro que caracteriza el interior de estos supuestos accesorios para la seguridad.
El moto taxista me dejó justo en la entrada del edificio y se despidió de mí con un –chamo tu si eres mal parrillero…- Luego de recibir de vuelta su casco. Mi instinto de conservación me alertó por un segundo, pero mi autoestima fantaseó con las ganas de revirarle y mandarlo a lavarse ese culo. Aquel motorizado se alejó de mí con el sonido que emiten las motos en una arrancada un tanto forzada. La imagen de un torso a cuarenta y cinco grados y unos brazos a noventa se esfumó entre el tráfico de pequeñas luces rojas.
Me acomodo el saco. Sacudo mi cabello en una corta pero posible guerra contra millones de ácaros. Me doy cuenta de que he debido ponerme corbata. Ni modo. Volteo a ver el enorme edificio. ¡Una fantasía arquitectónica! Todo en vidrio y acero, y con las palabras JANE HOUSE en un discreto tono metálico en las puertas de vidrio de la entrada. Veo mi reloj. Son un cuarto para las dos. Entro en el inmenso e intimidante vestíbulo de vidrio, acero y mármol, aliviado por no haber llegado tarde.

Episodio 1: El Comienzo

Me miro al espejo y meto la barriga, frustrado. Que asco de barriga. No hay manera con ella. Coño de la madre con Karlos Kavanagh, que tiene dolor de cabeza y me ha metido en este peo. Tendría que estar estudiando para mis exámenes finales, pero aquí estoy, intentando meter la barriga en este ridículo traje formal. Los botones no cierran y solo tengo tres trajes con éste, el único que no está descoñetado. No debo tomar coca-cola ni de noche ni de día. Recito varias veces este mantra mientras intento calzar el orificio de la correa con una hebilla que parece que va a ceder en cualquier momento. Me desespero, pongo la mente en blanco (a diferencia de las mujeres, nosotros los hombres sí podemos hacer eso) acceso a mi nothing box -tan promovido por Mark Gungor-. Él si que sabe de “pensar en nada”. Luego veo en el espejo a aquel chico de barba mal afeitada, me mira… me mira cagado de la risa. Mi única opción es tratar de cerrarme bien este paltó y no parecer un mamarracho más con apariencia de ejecutivo de bajo calibre.
Karlos es mi room mate, y amaneció enratonadísimo. Por eso no puede ir a la entrevista que él mismo cuadró con una supuesta mega empresaria, de la que yo ni puta idea... Así que me pidió que le hiciera la gauchada. Tenía que estudiar esta tarde y prepararme para mis estudios, pero no. Lo que voy a hacer esta tarde es agarrar el carrito, meterme en el puto metro, entre empujones y recostadas gratuitas, y viajar por los perímetros caraqueños para reunirme con la enigmática presidente de las Industrias Jane. Como digna empresaria y ejecutiva eficaz su tiempo es extraordinariamente valioso –mucho más que el mío- el cual cambio cada treinta días por un insignificante salario mínimo. Pero le ha concedido una entrevista a Karlos. Un batacazo, según él. ¡Que ladilla con Karlos y su matadera de tigres!
Karlos está (cual perro de quinta) echado.
-Antonio, coño, discúlpame esa. Tardé nueve meses en conseguir esa entrevista. Si pido que me cambien el día tendré que esperar otros seis meses. Y para entonces los dos ya estaremos graduados. Soy el responsable de la revista y no puedo cagarla. -Por favor…- me dice el muy jala bola, aun hediondo a toda la caña que se tomó anoche rumbeando.
¡Que arrecho! Aun echado ahí vuelto mierda, el coño e´ su madre se ve que levanta más culos que nadie… Me da demasiada paja que pierda su entrevista.
-Sí le voy a echar bolas Karlos, tranquilo, no te voy a dejar morir. ¿Quieres un Atamel o un guayoyito compadre?- A veces pienso que soy demasiado pana.
-Atamel ya no se consigue Antonio, será que me pases el medio gatorade que está en la nevera. Aquí tienes las preguntas y la grabadora. Solo tienes que apretar este botón. Y toma notas. Luego yo transcribiré todo.
-Yo no sé nada de esa caraja- murmuré, más cagado que robocop en chivera. Siempre he sido muy cagado.
-No le pares bola que la vaina no es tan difícil. Ahí tienes las preguntas marico. Dale, que la vaina es lejos y ni de verga puedes llegar tarde porque ahí si es verdad que la cagamos.
-Dale pues. Me voy. Ahí te dejé la mitad de un hervido, para que te lo tomes después mi pana.
-Coño Antonio, gracias. De verdad. Yo sabía que vivir con un marico no iba a ser algo tan malo- Karlos se ríe y luego tose un poco.
-Marico el coñísimo de tu madre Karlos. Sabes que me vas a deber una.
-Tranquilo compadre, no se arreche. Le debo una, le debo una.
Lo miro con arrechera, pero pienso en todas las veces que me ha salvado la patria.

-Sabes que lo hago solo porque somos panas de toda la vida mamagüevo-.